La célebre escuela de pintura cusqueña o pintura colonial cusqueña, quizá
la más importante de la América colonial española, se caracteriza por su
originalidad y su gran valor artístico,
los que pueden ser vistos como resultado de la confluencia de dos corrientes
poderosas: la tradición artística occidental,
por un lado, y el afán de los pintores indios y mestizos de
expresar su realidad y su visión del mundo,
por el otro.

El aporte español y,
en general europeo, a
la Escuela cusqueña de pintura, se da desde época muy temprana, cuando se
inicia la construcción de
la gran catedral de Cusco. Es la llegada del pintor italiano Bernardo Bitti en 1583,
sin embargo, la que marca un primer momento del desarrollo del arte cusqueño.
Este jesuita introduce en el Cusco una
de las corrientes en boga en Europa de
entonces, el manierismo,
cuyas principales características eran el tratamiento de las figuras de manera
un tanto alargada, con la luz focalizada
en ellas.
Durante sus dos estancias en el Cusco, Bitti recibió el
encargo de hacer el retablo mayor de la iglesia de su orden,
reemplazado por otro después del terremoto, y
pintó algunas obras maestras, como La coronación de la Virgen, actualmente
en el museo de
la iglesia de La Merced, y la Virgen del pajarito, en la catedral.
Otro de los grandes exponentes del manierismo cusqueño es
el pintor Luis de Riaño, nacido en Lima y
discípulo del italiano Angelino Medoro. A
decir de los historiadores bolivianos José de Mesa y Teresa Gisbert,
autores de la más completa historia del
arte cusqueño, Riaño se enseñorea en el ambiente artístico local entre 1618 y 1640,
dejando, entre otras obras, los murales del templo de Andahuaylillas.
También destaca en estas primeras décadas del siglo XVII, el muralista Diego Cusihuamán, con trabajos en las
iglesias de Chinchero y Urcos.
El barroco en
la pintura cusqueña es sobre todo el resultado de la influencia de la corriente
tenebrista a través de la obra de Francisco de Zurbarán y del uso como
fuente de inspiración de los grabados con arte flamenco provenientes
de Amberes. Marcos Ribera, nacido en el Cusco en
los años
1830,
es el máximo exponente de esta tendencia. Cinco apóstoles suyos se aprecian en
la iglesia de San Pedro, dos en el retablo mayor y otro en un retablo lateral.
El convento de Santa Catalina guarda La
Piedad, y el de San Francisco, algunos de los lienzos que ilustran la vida del
fundador de la orden, que pertenecen a varios autores.
La creciente actividad de pintores indios y mestizos
hacia fines del siglo
XVII,
hace que el término de Escuela Cusqueña se ajuste más estrictamente a esta
producción artística. Esta pintura es "cusqueña", por lo demás, no
solo porque sale de manos de artistas locales, sino sobre todo porque se aleja
de la influencia de las corrientes predominantes en el arte europeo y sigue su
propio camino.
Este nuevo arte cusqueño se caracteriza, en lo temático,
por el interés por asuntos costumbristas como, por ejemplo, la procesión del
Corpus Christi, y por la presencia, por vez primera, de la flora y
la fauna andinas. Aparecen, asimismo, una
serie de retratos de caciques indios y de cuadros genealógicos y heráldicos. En
cuanto al tratamiento técnico, ocurre un desentendimiento de la pespectiva
sumado a una fragmentación del espacio en varios espacios concurrentes o en
escenas compartimentadas. Nuevas soluciones cromáticas, con la predilección por
los colores intensos,
son otro rasgo típico del naciente estilo pictórico.
La serie más famosa de la Escuela cusqueña es, sin duda, la de los dieciséis
cuadros del Corpus Christi, que originalmente
estuvieron en la iglesia de Santa Ana y ahora se encuentran en el Museo de Arte
Religioso del arzobispado, salvo tres que están en Chile. De
pintor anónimo de fines del siglo XVII (algunos investigadores los atribuyen a
los talleres de Quispe Tito y Pumacallao), estos lienzos son considerados
verdaderas obras maestras por la riqueza de su colorido, la calidad del dibujo
y lo bien logrados que están los retratos de los personajes principales de cada
escena. Por si fuera poco, la serie tiene un enorme valor histórico y etnográfico,
pues muestra en detalle los diversos estratos sociales del Cusco colonial, así
como gran cantidad de otros elementos de una fiesta que ya entonces era central
en la vida de la ciudad.Un hecho ocurrido a fines del siglo XVII,
resultó decisivo para el rumbo que tomó la pintura cusqueña. En 1688,
luego de permanentes conflictos, se produce una ruptura en el gremio de pintores
que termina con el apartamiento de los pintores indios y mestizos debido, según
ellos, a la explotación que eran objeto por parte de sus colegas españoles,
que por lo demás constituían una pequeña minoría. A partir de este momento,
libres de las imposiciones del gremio, los artistas indios y mestizos se guían
por su propia sensibilidad y trasladan al lienzo su mentalidad y su manera de
concebir el mundo.
El pintor indio más original e importante es Diego Quispe Tito,
nacido en la parroquia de San Sebastián, aledaña al Cusco, en 1611 y
activo casi hasta finalizar el siglo. Es en la obra de Quispe Tito que se
prefiguran algunas de las características que tendrá la pintura cusqueña en
adelante, como cierta libertad en el manejo de la perspectiva, un protagonismo
antes desconocido del paisaje y la abundancia de aves en los frondosos árboles
que forman parte del mismo. El motivo de las aves, sobre todo del papagayo selvático, es
interpretado por algunos investigadores como un signo secreto que representa la
resistencia andina o, en todo caso, alude a la nobleza incaica.
La parte más valiosa de la obra de Quispe Tito se
encuentra en la iglesia de su pueblo natal, San Sebastián. Destaca la serie de
doce composiciones sobre la vida de San Juan Bautista, en la nave principal del
templo. De gran maestría son, asimismo, los dos enormes lienzos dedicados
a San Sebastián, el del asaetamiento y el
de la muerte del santo. Famosa es, por último, la serie del Zodiaco que
el artista pinta para la catedral del Cusco hacia 1680.
Otro de los gigantes del arte cusqueño es Basilio Santa Cruz Puma Callao, de
ascendencia indígena como
Quispe Tito, pero a diferencia de éste, mucho más apegado a los cánones de la
pintura occidental dentro de la corriente barroca. Activo en la segunda mitad
del siglo XVII, Santa Cruz deja lo mejor de su obra en la catedral, pues recibe
el encargo de decorar los muros del
costado del coro y de los brazos del transepto. En el cuadro de la Virgen
de Belén, ubicado en el coro, sobresale un retrato del obispo y mecenas Manuel de Mollinedo y Angulo que
es considerado por los especialistas obra capital de la Escuela cusqueña
de pintura.
Tal es la fama que alcanza la pintura cusqueña del siglo
XVII, que durante la centuria siguiente
se produce un singular fenómeno que, curiosamente, dejó huella no sólo en el
arte sino en laeconomía local.
Nos referimos a los talleres industriales que elaboran lienzos en grandes
cantidades por encargo de comerciantes que venden estas obras en ciudades
como Trujillo, Ayacucho,Arequipa y Lima, o
incluso en lugares mucho más alejados, en los actuales Argentina, Chile y Bolivia. El
pintor Mauricio García, activo hacia la
mitad del siglo
XVIII, firma, por ejemplo, un contrato para entregar cerca de
quinientos lienzos en siete meses. Por supuesto que se
trataba de lo que se conocía como pintura "ordinaria" para
diferenciarla de la pintura "de brocateado fino", de diseño mucho más
elaborado y colorido más rico.
El artista más importante del siglo XVIII es Marcos Zapata. Su producción pictórica,
que abarca más de 200 cuadros, se extiende entre 1748 y 1764. Lo
mejor son los cincuenta lienzos de gran tamaño que cubren los arcos altos de la
catedral del Cusco y que se caracterizan por la abundancia de flora y fauna
como elemento decorativo.
El singular desarrollo artístico esbozado hasta aquí ha
llevado a los ya mencionados José de Mesa y Teresa Gisbert a afirmar que
"el fenómeno cuzqueño es único y señala en lo
pictórico y cultural el punto en que el americano enfrenta con éxito el desafío
que supone la constante presión de la cultura occidental"
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